miércoles, 1 de julio de 2015

Éste es un breve acercamiento a la lujuria. 


Como seres humanos, nos aferramos continua y compulsivamente a discusiones internas, a la disección de los elementos que nos circundan y nos conforman. La mayor consecuencia del carácter humano es, entonces, la necesidad casi fisiológica de adentrarnos en nuestra propia naturaleza y sus constituyentes: nuestra espiritualidad, nuestra sexualidad, nuestro intelecto—o a las tres como un conjunto—; a la par que nos enfrentamos en dicho proceso reflexivo a la presión de otras necesidades, un tanto más sociales, que encarcelan y coartan su desarrollo, exhortándonos a tachar como transgresor a todo aquel que decida experimentar un poco más allá de los límite de la norma predominante. 

Es allí, justo en ese punto, donde el curioso se convierte en un infractor, en el que se encuentra Matheus, un joven de 20 años de edad cuya exploración personal de la naturaleza de su sexualidad, ha transgredido a lo largo de sus cortas dos décadas de vida los estándares sociales a los que, con mucha propiedad, el experimentado veinteañero alega rebelarse constantemente. Y ¿qué mayor acto de sublevación puede haber que el de adentrarse en el mundo de la prostitución, cuya entrada condicionada a la discriminación, está restringida a aquellos que viven al margen de la sociedad, con el único motivo de satisfacer su curiosidad?

Las aproximaciones primeras de Matheus, no se alejan a las del común denominador: un niño que se enfrenta a inquietudes acerca de su propia naturaleza, su cuerpo y el de los otros. Nada diferente a la realidad típica, esa que se sabe pero se omite, en pro de la adecuación a las reglas a los que no amarramos, a un pudor que vuelve punibles las costumbres más cotidianas. No obstante, es en la adolescencia dónde sucede el primer movimiento transgresor.

El sexo con familiares—consanguíneos o no—, desde la visión rigurosa de la corrección política es un acto aberrante, que, sin embargo, en la habitación figura como una alternativa exploratoria razonable para los individuos que se inician en el mundo de la sexualidad. Así, a los 14 años de edad, en medio de una vacación familiar, Matheus tuvo su primer acercamiento al sexo entre las piernas de un tío lejano.  Allí comenzó todo, fue en ese encuentro, acelerado e inconcluso, dónde el especialista inició el proceso de aprendizaje que lo llevaría a la experticia. Un par de efímeros tropiezos más con su tío instructor, uno de los cuales incluyó a otros participantes en el evento, fueron construyendo precozmente un camino hacia lo que Matheus defiende como hipersexualidad.

— ¿Qué opinas sobre la pederastia? ¿Serías capaz de incurrir en ella?

—No apoyo la pedofilia, pero… pienso que todos nosotros tenemos un maestro en nuestro interior, con ganas de enseñar lo que sabe. 

Amores adolescentes, encuentros sexuales esporádicos, experimentos con su orientación sexual. El sexo sufrió una metamorfosis, convirtiéndose en, más que un hábito, una necesidad que se extiende y trastoca las percepciones que Matheus tiene sobre el mundo que lo rodea. De esa extensión nace su particular conexión con la espiritualidad—con su propia espiritualidad—y la relación de la misma con su comportamiento sexual. El orgasmo es para el hipersexual, entonces, mucho más que una experiencia sensible y placentera, es una sensación que roza con lo divino y merece ser fuente de inspiración. De allí que el arte, otra de sus grandes pasiones, sea también un canal catártico de todos sus impulsos sexuales y de la fascinación que enfrenta respecto a la espiritualidad que circunda al sexo, tan cotidiano en su vida. 

— ¿Qué se siente ser hipersexual?

—Es siempre sentirse excitado, estimulado por las cosas más simples.

La facilidad con la que alguien tan conexo al sexo puede incurrir en la cosificación del ser es razonable, considerando la costumbre en torno a su explotación constante. Esto, por un lado, explica la capacidad del trabajador sexual para entregar su cuerpo al mercantilismo—aunque la razón principal suele estar referida a las insuficiencias económicas del practicante— y por otro, demuestra su priorización  de las sensaciones por sobre la materia que las condiciona. No obstante, Matheus, nos expone a un modelo diferente del asunto, uno un poco más interesante, en el que la aproximación a la prostitución se da no por una superposición del sexo a su carácter humano o una verdadera necesidad monetaria, sino por la curiosidad por adentrarse en nuevos terrenos explorables de sí mismo, de llegar a puntos de sí—y su cuerpo— que jamás habían sido tocados ¿Hay algo más humano que eso?

—¿No tienes miedo a los riesgos que conlleva la prostitución?

—Ya me arriesgo bastante fuera de ella. 

Es esa fuerza con la que la infracción es defendida la que cohesiona al rebelde. A un chico que se impone contra los prejuicios que rodean al sexo y se atreve a explorar con libertar y apertura la máxima expresión del elemento físico humano, un factor que, de igual modo, transgrede las barreras entre los otros elementos que constituyen al hombre y se conjuga con la psique, para construir el total de lo que somos como especie y como individuos. Es frecuente que aquellos que se acercan a nuevos rumbos, por caminos diferentes a los preestablecidos, confronten el juicio de opiniones paralizantes, pero ¿qué sería de nosotros, sin los transgresores, sin aquellos que se atreven a romper las reglas?


Soy un sátiro
20:55

Soy un sátiro

lunes, 29 de junio de 2015

Esta no es mi historia, es la de algún otro loco. 


. . .

Era una noche de liberación. Un típico fin de semana para aliviar los pesares que los 5 días previos te enciman. El plan era, como de costumbre, encontrarme con mis amigos, esos que son más amigos cuando el alcohol está presente, en alguna casa cercana. Y así fue; pero el asunto se tornó aburrido después de unos cuantos tragos, por lo que no dudé huir de la escena hacia un lugar más entretenido: la fiesta de un desconocido al otro lado de la ciudad. Siempre es bueno conocer nuevas personas, abrazar las aproximaciones casuales como si no fueran fortuitas, sino contempladas con expectativa. Algo me decía que entre tanta gente anónima e indiferente a mi presencia, inmersa en la espesura del montón, habría alguien predestinado a chocar contra mí con la potencia de una bala. Mi mirada rebotada en cada esquina presintiendo el encuentro, sobre mi piel ella se sentía cercana. Cuando la vi, supe que era ella. Fue todo lo que esperaba: un proyectil impactando en mi pecho sin causar dolor alguno, ni muerte, ni sangrado; que, sin embargo, fue causa de una fuerza abrumadora.

Ella me había golpeado de esa manera tan contundente, necesitaba aprender una lección. Me acerqué con la velocidad con la que ella vino hacia mí, prometiéndome una y otra vez en mi cabeza que esa noche le enseñaría algo, por lo que al abrir mi boca solo pude articular las palabras de la proposición que tenía en mente:

—Te voy a enseñar una lección. No me voy a ir de la fiesta hasta que hables conmigo, ¿sí?

—Ok.

Era hermosa, merecía saberlo. Así que se lo dije de corazón. Me agradeció como era debido, aunque yo no buscara un agradecimiento, y volteó la cara apartándome de su bello rostro. Todo en ella era perfecto, cada curva y cada ángulo lo eran. Sus pasos eran armónicos y mientras bailaba no podía dejar de contemplarla.

—Nunca dejes de bailar, te ves mejor en movimiento.

—Gracias.

—Recuerda, al final quiero hablar contigo.

—Ok.

La fiesta se había desarrollado según las expectativas de todos—menos las mías, claro—. Tanto alcohol y psicotrópicos hicieron el efecto debido y justo cuando meditaba en mi espera por tener una conversación con ella, la consciencia de todos los que me rodeaban se tambaleaba de un lugar a otro. También había consumido de todo, como era propio para alguien que se adentra a una fiesta como esa; pero había elegido, desde que mis ojos se posaron sobre ella—sobre su perfección absoluta—, que permanecería en mis cabales por el resto de la velada. Sin buscar respuestas, solo esperándolas.

—No me voy de la fiesta hasta que tú te vayas.

—Ok.

Estuve sentado viéndola bailar, mientras mi mano sostenía una botella de vino que había abierto con un amigo para hacer transcurrir el tiempo—la ilusión del tiempo—. Le confesé a él que la amaba—¡Sí! La amaba—, que esa chica me había robado el corazón. Pero en algún punto de la madrugada, supe que la paciencia de él no fue tan ardua como la mía. De pronto se había ido el último de mis amigos y me había quedado solo, tan cerca y tan lejos de ella.

—Toma mi teléfono

—¿Ah?—Ella extendió su mano sin comprender lo que intentaba.

En la pantalla de mi celular se leían dos poemas, dos predicciones que había hecho de lo que sería mi amor por ella. Sé que lo leyó, al menos mientras estuve junto a ella. De ellos recuerdo muy poco, porque la imagen de aquella hermosa mujer opaca los otros fragmentos de la memoria de esa noche.

Para la chica sin nombre de la que me enamoré porque sólo vi amor en ella durante toda la noche...

P.D: Tuve una botella de vino toda la noche, para que sepas que, si nos vemos otra vez, te invitaré un vino... Recuerda la razón por la que no me fui, te voy a enseñar una lección: la paciencia existe una vez que no juzgas a un loco que te espera toda la noche en una silla sólo para que aprendas a ser paciente.”

No sé que pasó después de eso, en mi mente sonaba una armónica—mi armónica— y todos podían oírme a mí y al poema; pero esa es una historia diferente. Ella se fue con mi teléfono en sus manos y con mis versos en la cabeza. Mientras la esperaba un poco más, cuando añoraba su regreso después de haber leído el segundo escrito, me echaron de la casa de mi historia de amor alrededor de las diez de la mañana, sin siquiera saber cómo se llamaba. No sé su nombre, pero siento que inicia por R. Quizá se llame Rocío, porque ese nombre es precioso, como cada parte de ella.

Ahora solo quiero algo de vuelta, no a mi teléfono, ni mis poemas; sino a ella, a la chica sin nombre de la que me enamoré porque sólo vi amor en ella durante toda la noche. 
Yo solo quiero verte bailar
18:38

Yo solo quiero verte bailar

lunes, 22 de junio de 2015



Haber sido diagnosticado con ansiedad le dio nombre a la fuente de mis malestares emocionales durante la mayor parte de mi vida. De allí, de la ansiedad y su efecto mí, ha nacido una serie de propuestas artísticas personales que se manifiestan en diversas modalidades. Entre dicho material resultante, catártico por naturaleza, he escrito varios poemas que representan en gran medida mi visión sobre el tema y éste padecimiento agobiante que muchas veces es obviado o puesto en segundo plano, ignorando la influencia entorpecedora que tiene sobre nuestras vidas. En resumen, los siguientes poemas representan los intentos de un adolescente por lidiar con la fuerza de los impulsos incontrolables que dan forma a la ansiedad y son ahora publicados por dos razones: en primer lugar, como una forma de auto-expresión necesaria, primer paso de una iniciativa que busca recomponer mi estabilidad emocional(si es que es posible lograrlo) y, en segunda instancia, busca funcionar como una acercamiento no tan pretencioso a todas las personas que experimentan una situación similar.

1

Todos los caminos 
se extienden como círculos 
que raspan el suelo.
De pronto estoy rodeado de barrancos.
De pronto me pierdo en mi memoria
También rodeada de barrancos
y me pregunto:
¿Qué dirección hará que duela menos?

2

La distancia entre todas las cosas 
se reduce mientras yo me expando.
Ya no he de caber 
en dondequiera que vaya 

3

Algo se mueve entre el baño y la cocina
y entre la cocina y el baño.
No soy yo, ni mi madre,
ni mi abuela, ni mi padre.

Tal vez es el consuelo que me acecha
por los pasillos de la casa;
pero soy muy cobarde,
 muy cobarde para averiguarlo.

Solo he de quedarme entre las sábanas
con la puerta bien cerrada
y la boca bien cerrada
y el hambre tendido en la barriga


4

Por favor, no hagas más preguntas.
No tengo respuestas que darte,
te las has llevado todas 
en estos diez años de asfixia

5

Creo que la navaja 
que guardaba en el bolsillo
me ha perforado el abdomen.
Ojalá nadie note cuanta sangre he derramado 
tiñendo mi ausencia,
ni la mala costura de estos pantalones oscuros
o la mancha roja sobre el borde de mis botas. 

6

Me advirtieron que la dicha llegaría
por la puerta del frente si miraba 
la puerta de atrás.
Ahora elevo la vista al panorama,
descubriendo la cuadratura del círculo,
y la dicha no llega por ningún lado.

7

La sala es gris, el patio es gris,
el suelo es gris, el cielo está gris 
y yo me he vuelto gris 
para seguir la corriente

8

La sombra que me acompaña
tiene manera de lobo.
Se ha acostumbrado a mi olor
y yo me he acostumbrado al suyo.
Cada noche cuando se acerca a mi cama,
lo alimento con falanges rotas
o la piel que sobra de mis labios.
Él me abraza la garganta hasta que cayo
 y me duermo sobre la humedad de mi almohada


Yo y la ansiedad
18:39

Yo y la ansiedad

martes, 14 de abril de 2015


Poesía como segunda lengua 



Todo artista ha considerado alguna vez, en mayor o menor medida, que el camino hacia el éxito creativo es también el camino hacia la originalidad. De ese pensamiento se establece, tanto por influencia de su formación académica como por los deseos personales de sobresalir que la mayoría de las personas compartimos, el potencial innovador como ideal necesario. El pintor, el músico y el poeta procuran la producción de elementos que sean más emotivos, más atractivos y más memorables que otros ya realizados; y asimismo, en casos más atrevidos, se proponen la demolición de los antiguos esquemas y la construcción de unos nuevos a partir de su obra.

No es aventurado pensar que el ejercicio creativo encuentra su máximo exponente en la generación artística. El arte entraña en su propia naturaleza la unificación de las habilidades y destrezas del artista para construir nuevos elementos que se exponen, según su intención originaria, usualmente orientada a la búsqueda del potencial inventor, a figurar como una nueva visión de la realidad o una idea replicada de percepciones anteriores previamente expuestas y aceptadas, según el grado—menor o mayor—en el que dicha búsqueda sea fructífera.  Los elementos recién nacidos, las ideas manifestadas a través de alguna práctica artística, conllevan el carácter nuevo propio de cualquier otra cosa que es producida por primera vez, pero es preciso comprender que este atributo es distante y distinto al potencial transformador que pueda o no tener el producto.

Resulta curioso que incluso cuando pretendemos salir de los parámetros establecidos por los cánones de la realidad en la que vivimos, nos adecuamos naturalmente a la moda en la que estamos enmarcados, incurriendo en la insistencia en el gesto, la imagen y el ritmo. En efecto es posible dar características propias e identificables a un trabajo desarrollado en los parámetros de una corriente artística, un Monet es diferente a un Seurat cuando en ambos se hace uso de técnicas similares que se acomodan a la tendencia profesada por sus autores; sin embargo, mientras más nos ajustamos a la reproducción mecánica de los aspectos que configuran nuestras preferencias creativas—los rasgos de nuestra obra—, nos distanciamos progresivamente del ideal de la originalidad y producimos, en consecuencia, más basura para el montón.

La artista del performance Avelina Lesper advierte que «La repetición sistemática no es entendimiento, no hay asimilación ni uso de la imaginación, es simple reacción de corto plazo, superficial, desechable. Inevitablemente se convierte en un cliché, en la pose del que hace y no piensa». En el caso del performance, la instalación y otras modalidades de arte enfocadas en el concepto que comparten origines recientes—y que, por consiguiente, son vistos con una mirada que escudriña en pro de lo novedoso—, esta propensión a la reiteración es particularmente común. No más común que en otras formas de arte de mayor manufactura, pero cuando son tan contadas las manifestaciones conceptuales y gran parte de ellas recogen y transmiten un mismo mensaje—la idealización de la sangre menstrual o el desnudo, por ejemplo—, se da una apertura a la visión general de dichas modalidad artística como repetitiva, incluso cuando es evidente que en otras artes la redundancia de las imágenes y el contenido es mayor. Tal y como lo alegaba Iósif Stalin, «una sola muerte es una tragedia; un millón de muertes es estadística».

En el caso particular de la poesía, según defiende el poeta Sergio Quitral, al asimilar el lenguaje que se piensa como “poético”, sentenciamos lo que escribimos a formar parte de un estereotipo, que suena bien o luce estético, pero que pierde toda la fuerza de lo auténtico.  La originalidad exige un estado crítico, por tanto, lo original es la manera en la vemos la realidad o se ven las cosas al apartarnos del gusto colectivo. Al conformar nuestro trabajo según dichas preferencias comunales, sea de manera consciente o inconsciente, puesto que casi siempre ignoramos el modelo al que formamos parte, lo condenamos a separarse permanentemente de la posibilidad de modernizar, o incluso de romper el modelo en sí, desactivando todo el potencial generativo que podría tener como manifestación artística.

No obstante, la aspiración a la originalidad también presenta limites difusos que al ser transgredidos desembocas en productos artísticos que rozan con los absurdo e incomprensible y, por tanto, no cumplen con su función comunicativa. El historiador del arte Arnold Hauser pensaba que ninguna obra por muy original que sea, puede poseer novedad en todo respecto, en cada uno de sus elementos. Toda arte situado en una conexión histórica muestra, junto a sus rasgos originales, rasgos también convencionales. La obra de arte tiene que utilizar medios de expresión conocidos y probados, no sólo para hacerse comprensible, sino incluso para poder acercarse a las cosas. El artista tiene que haber visto cómo se representa un objeto, para poder y querer representarlo.

Con las nuevas modalidades, las nuevas forma de hacer las cosas, y la ruptura de un modelo previo la producción artística evoluciona naturalmente adaptándose a esas maneras, no ayudando a la generación original a partir de las características de la pieza que generó la ruptura, sino al desgaste vertiginoso de la innovación que ésta en algún momento expuso. Como si se tratara de una tendencia instintiva, nos adecuamos y adecuamos nuestro arte, como estrategia de supervivencia, a ciertas corrientes de pensamiento y acción; pero son esas mismas normativas las que funcionan como barreras que nos alejan de la novedad en la obra. Es imperioso darnos cuenta de la existencia del modelo y despertar de la domesticación para emprender el camino que siempre buscamos atravesar pero en el que nunca estuvimos encauzados: la vía a la originalidad.


La repetición de los elementos: ¿originalidad en el arte?
20:05

La repetición de los elementos: ¿originalidad en el arte?

martes, 31 de marzo de 2015

La poesía como segunda lengua

La sexualidad en cualquiera de sus expresiones, por su condición cercana y sensible, ha sido musa evidente de incontables artistas de la plástica a la danza. El misticismo adyacente a la práctica sexual, propiedad referida al potencial extático de las descargas erógenas, convierten el simple acto de la copulación, visceral en cuerpo y espíritu, en una experiencia religiosa. El orgasmo, nivel ulterior a todos los placeres posibles, es el puente que conecta las sensaciones físicas con otros planos incorpóreos. De allí que los franceses le otorgaran el bien merecido nombre de le petit mort, por la proximidad que aquella experiencia tiene con la muerte. En el clímax convergen y se entonan cada uno de los sentidos, desatando una coalición de respuestas sensitivas que sobrevienen en la pérdida fugaz de la consciencia. Este segundo veloz es un arrebato después de un ápice de vida, dando a los amantes, tras recuperar el control sobre sí, un efecto de resurrección propia de lo divino. Tal es la fuerza con la que lo místico se consolidó a modo de parte y producto del sexo, que la mitología nos remite una y otra vez a este supuesto atributo conferido al erotismo. El mito en la Grecia clásica nos ofrece suficientes ejemplos de ello; pero la más encantadora, por no decir peculiar, muestra de la relación que puede existir entre la sensualidad carnal y lo supernatural, se encuentra en el hogar de todas las familias cristianas y judías, entre las páginas de su libro sacramental. Lleva el nombre de El Cantar de los Cantares y es, probablemente, uno de los mejores poemas eróticos jamás escritos.

  En la literatura y la filosofía occidental, la distancia entre el concepto del amor como motor del impulso creador—la fecundación y sus procesos consecuentes—y la religiosidad jamás ha sido suficiente para anular los nexos que los correlaciona. Previo a la cristianización de los pueblos europeos, el culto a la sexualidad era típico y significativo para el comportamiento cultural y espiritual de las sociedades precristianas. Ya fue mencionado que la mitología grecolatina, a la que me refiero por su influencia preponderante sobre la Europa mediterránea y, consecuentemente, las postulaciones filosóficas en el territorio acerca de la naturaleza hierática humana que repercutieron sobre las ideas actuales de la misma, está cargada de leyendas que entremezclan la magia y el misticismo con el ejercicio gozoso de la sexualidad. Los múltiples hijos de Zeus, dios padre, engendrados no directamente por efecto de su omnipotencia, sino requiriendo la copulación, demuestran que para los griegos, existía una conexión importante entre el sexo y la divinidad.

Salta a la vista que un escrito cargado de tantas imágenes impetuosas y erotizantes, ostente un importante, aunque breve, espacio entre los libros canónicos de las corrientes judeocristianas del mundo. A pesar de no ser la única representación de la sexualidad entre los cientos de pasajes que configuran la biblia, es sin lugar a dudas la más extensa y explícita de su tipo. La obra, dudosamente adjudicada al Rey Salomón, relata las penurias de una pareja de amantes, hombre y mujer, que se acercan a materializar su afecto para luego ser apartados el uno del otro, continuando la desdicha de un amor irrealizable. Los versos dan al lector en una experiencia multisensorial tan nítida que lo encarnan de manera involuntaria en el rol apasionado de alguno de sus protagonistas, envolviéndolo entre aromas, caricias, colores y sensaciones térmicas que disuelven las tensiones e invitan al recién incorporado amante a cumplir su cometido de amar sin medida, en un instante que se prolonga. Según sostiene el poeta Reynaldo Pérez Só, puede que esta función estimulante fuese en un principio el objetivo del poema, el cual, a modo de versos rituales, sería utilizado en la consagración del matrimonio de las parejas de la época.

Lo que nos sobrecoge en el caso del Cantar de los Cantares, o al menos en lo que a mí respecta, es la permanencia de éste, un poema que alaba la lubricidad de dos seres móviles en un entorno de sensaciones, con un razonable trasfondo matrimonial—aunque en su generación no fuese relativo a la institución del matrimonio—, como un relato importante de una religión, o un compendio de ellas, de tradición puritana y abstinente. Más interesantes aun, son los esfuerzos invertidos en su conservación por parte de los mismos personajes que profesaban el comedimiento y cuyo poder sobre la iglesia se exhibía en el peso de sus decisiones sobre la misma. La visión metafórica, relativamente funcional, que transforma las figuras literales de la obra en una representación de la relación Dios-iglesia, la cual fue posiblemente adoptada luego de la anexión del texto a la compilación de libros sagrados de la fe cristiana, fue probablemente lo único que permitió entonces que un poema de romance marital, sobreviviera a través de la escabrosa historia del mal llamado Viejo Mundo. Por ende, lo interesante del asunto no se encuentra en su perceptible sensualidad, sino a los intentos que se han hecho a lo largo de los años por proveer a un poema secular el carácter religioso necesario para posicionarse entre los otros escritos litúrgicos que conforman el canon de los cultos abrahámicos.

A modo de texto erótico, cumple su función apasionante a cabalidad. Tanto es así, que su potencial lúbrico es tan real ahora como lo fue hace 2500 años atrás. Sin embargo, no es su funcionabilidad a partir de lo literal lo que llama más la atención, sino su eficacia bajo el filtro de una lectura religiosa, igual de provechosa que la apreciada desde lo textual, lo que le otorga una ambivalencia supernatural que va de lo humano a lo etéreo y nos devuelve a la idea de la experiencia pasional a manera de conexión entre dichos extremos. El éxtasis monástico y fervoroso jamás se aleja en cuanto a sus propiedades del orgasmo, manifestación máxima de la corporeidad. En ambos casos, las dos modalidades, aunque inversas en cierto modo, son dos vías encaminadas a un mismo estado elevado que enlaza a quien lo alcanza por el final de un camino con el extremo último del contrario. Muestra de ello fue Santa Teresa de Jesús, quien transmitió con su prosa poética y sus versos la posibilidad de un acercamiento al erotismo a través de la plegaria y el recogimiento, constatando así el verosímil origen de lo divino, o al menos el de la aproximación humana practicable, en la unión de cuerpo y el alma como uno solo.  

Tal vez, en cierto sentido, es ese el mensaje que pretende transmitir uno de los libros más polémicos de los que componen el Antiguo Testamento bíblico o, quizá, es los que aquellos que aprobaron su adhesión, polémica hasta nuestros días, al canon regular de los cultos antiguos, y a los modernos por herencia directa, intentaron expresar con tal acto misterioso. De una u otra manera, la calidad poética del susodicho, y la gloriosa manera con la recrea en la mente y los sentidos del lector imágenes vivificantes que se amontonan con energía y ritmo, condecoran a esta alegoría religiosa-poema romántico-relato afrodisiaco como una de las mejores obras de la lírica universal.
Divino Sexo
18:33

Divino Sexo

La herencia ineluctable de la lengua, destreza legada por la madre de manera irreflexiva desde momentos previos al alumbramiento, enlaza al individuo irrevocablemente al ejercicio comunicativo, del cual se nutre y por el cual se desencadena el proceso evolutivo de la misma. Tanto nos aferramos al ejercicio de la comunicación, sea por consecuencia de nuestra naturaleza social desde un punto de vista psicológico o debido a una condición biológica que nos motiva a ello—cualesquiera que sean los enfoques dados al asunto—, que nos enfrentamos a una necesidad expresiva que elude nuestra facultad de discernimiento y se transforma en un elemento inconsciente. Así, los mensajes inteligibles que divulgamos de modo voluntario a través de un sistema orgánico de códigos, pueden ser, dependiendo de la complejidad de los mismos, fácilmente reemplazados por un lenguaje virtual subscrito a nuestras acciones reflejo. En el quehacer cotidiano, ambas modalidades de transmisión se conjugan para dar forma a la lengua: las palabras figuran como significados y los gestos juegan el rol de significantes.
Del mismo supuesto, nace la concepción particularmente moderna de las prácticas artísticas como amalgama entre lo que no es dicho con deliberación, pero expuesto por causa del impulso inevitable, y lo que se intenta decir explícitamente. Por ende, la práctica artística envuelve, en cualquiera de sus modalidades, un funcionamiento similar al del habla. Es curioso percibir como el artista plástico o el poeta—especialmente—, crea con un objetivo expresivo, cuando su voluntad pierde en contra del envión primitivo de la comunicación; sin embargo, este mensaje suele no ser exhibido por un resguardo meditado del contenido, generalmente relacionado con las repercusiones sociales que éste podría acarrear.
No obstante la ausencia de un sentido práctico para la elaboración de mensajes cuyo propósito no es participar de un proceso informativo, la enunciación continua siendo una necesidad para el artista, sea o no recibido su enunciado. Tomando en cuenta que el lenguaje hablado y el corporal se manifiestan generalmente como engranajes de una misma maquinaria comunicacional, trabajando en conjunto para la difusión de ideas concretas; podría decirse en función de esto, que ambos se desenvuelven como una misma lengua.
El arte, por otro lado— incluso en el caso de la lírica, que se rige por un sistema de normativas lingüísticas prestadas por el idioma del creador—, es una disciplina que hace uso de un lenguaje que se deslastra de su equivalentes fonéticos y gesticulares. El arte tiene su propio ritmo, sus propias maneras y una esencia diferenciadora. Indistintamente de las dimensiones en las que se materialice, siempre es y será una voz alterna. Una que no se nutre de la adquisición de vocablos y gestos, sino de la vida misma. Así pues, en mi caso, el compendio de cada una de mis vivencias configura la segunda lengua con la que me comunico, una no heredada de mi madre ni perfeccionada con la práctica, sino aprendida de las experiencias vividas y pulida por la sabiduría consecuente: la poesía.

              Poesía como Segunda Lengua


Este proyecto nace como una iniciativa personal para recoger y compartir percepciones propias sobre los elementos que construyen el concepto de la poesía como arte, información nutritiva de poetas y autores cuyas obras tocan el tema de la poética desde uno u otro enfoque y conclusiones de los temas abordados en el Taller de Poesía 2015 impartido por la dirección de cultura de la Universidad de Carabobo. Tomo este proyecto como un incentivo para la creación continua de textos reflexivos concernientes a la práctica y estudio de este género literario ancestral, a partir y a través de las ideas expuestas por los poetas que conforman el círculo de ponentes del taller del cual formo parte. No pretendo con esto, limitar la definición de la poesía a su muy academicista estudio teórico, sino también considerar aspectos informativos que puedan enriquecer el proceso de escritura de la misma. Aclaro, por otro lado, que muchos de los temas que serán tratados bajo la etiqueta de la poesía como segunda lengua y sus análisis respectivos no son de ninguna manera una concepción de mi autoría absoluta, sino que se trata de un conjunto de reflexiones recopiladas de mis compañeros, de los directores del taller y de las investigaciones realizadas de manera consecuente.
Poesía como segunda lengua
18:33

Poesía como segunda lengua