Esta no es mi historia, es la de algún otro loco.
. . .
Era
una noche de liberación. Un típico fin de semana para aliviar los
pesares que los 5 días previos te enciman. El plan era, como de
costumbre, encontrarme con mis amigos, esos que son más amigos
cuando el alcohol está presente, en alguna casa cercana. Y así fue;
pero el asunto se tornó aburrido después de unos cuantos tragos,
por lo que no dudé huir de la escena hacia un lugar más
entretenido: la fiesta de un desconocido al otro lado de la ciudad.
Siempre es bueno conocer nuevas personas, abrazar las aproximaciones
casuales como si no fueran fortuitas, sino contempladas con
expectativa. Algo me decía que entre tanta gente anónima e
indiferente a mi presencia, inmersa en la espesura del montón,
habría alguien predestinado a chocar contra
mí con la potencia de una bala. Mi mirada rebotada en cada esquina
presintiendo el encuentro, sobre mi piel ella se sentía cercana.
Cuando la vi, supe que era ella. Fue todo lo que esperaba: un
proyectil impactando en mi pecho sin causar dolor alguno, ni muerte,
ni sangrado; que, sin embargo, fue causa de una fuerza abrumadora.
Ella
me había golpeado de esa manera tan contundente, necesitaba aprender
una lección. Me acerqué con la velocidad con la que ella vino hacia
mí, prometiéndome una y otra vez en mi cabeza que esa noche le
enseñaría algo, por lo que al abrir mi boca solo pude articular las
palabras de la proposición que tenía en mente:
—Te
voy a enseñar una lección. No me voy a ir de la fiesta hasta que
hables conmigo, ¿sí?
—Ok.
Era
hermosa, merecía saberlo. Así que se lo dije de corazón. Me
agradeció como era debido, aunque yo no buscara un agradecimiento, y
volteó la cara apartándome de su bello rostro. Todo en ella era
perfecto, cada curva y cada ángulo lo
eran.
Sus pasos eran armónicos y mientras bailaba no podía dejar de
contemplarla.
—Nunca dejes de bailar, te ves mejor en movimiento.
—Gracias.
—Recuerda,
al final quiero hablar contigo.
—Ok.
La
fiesta se había desarrollado según
las expectativas de todos—menos
las mías, claro—.
Tanto
alcohol y psicotrópicos hicieron el efecto debido y justo cuando
meditaba en mi espera por tener una conversación con ella, la
consciencia de todos los que me rodeaban se tambaleaba de un lugar a
otro. También había consumido de todo, como era propio para alguien
que se adentra a una fiesta como esa; pero había elegido, desde que
mis ojos se posaron sobre ella—sobre
su perfección absoluta—,
que
permanecería en mis cabales por el resto de la velada. Sin buscar
respuestas, solo esperándolas.
—No
me voy de la fiesta hasta que tú
te vayas.
—Ok.
Estuve
sentado viéndola bailar, mientras mi mano sostenía una botella de
vino que había abierto con un amigo para hacer transcurrir el
tiempo—la
ilusión del tiempo—.
Le
confesé a él que la amaba—¡Sí!
La amaba—,
que esa chica me había robado el corazón. Pero
en algún punto de la madrugada, supe que la paciencia de él no fue
tan ardua como la mía. De pronto se había ido el último de mis
amigos y me había quedado solo, tan cerca y tan lejos de ella.
—Toma
mi teléfono
—¿Ah?—Ella
extendió su mano sin comprender lo que intentaba.
En
la pantalla de mi celular se leían dos poemas, dos predicciones que
había hecho de lo que sería mi amor por ella. Sé que lo leyó, al
menos mientras estuve junto a ella. De ellos recuerdo muy poco, porque
la imagen de aquella hermosa mujer opaca los otros fragmentos de la
memoria de esa noche.
“Para
la chica sin nombre de la que me enamoré porque sólo
vi amor en ella durante toda la noche...
P.D:
Tuve una botella de vino toda la noche, para que sepas que, si nos
vemos otra vez, te invitaré
un vino... Recuerda
la razón por la que no me fui, te voy a enseñar una lección: la
paciencia existe una vez que no juzgas a un loco que te espera toda
la noche en una silla sólo para que aprendas a ser paciente.”
No
sé que pasó después de eso, en mi mente sonaba una armónica—mi
armónica—
y
todos podían oírme a mí y al poema; pero esa es una historia
diferente. Ella se fue con mi teléfono en sus manos y con mis versos
en la cabeza. Mientras la esperaba un poco más, cuando añoraba su
regreso después de haber leído el segundo escrito, me echaron de la
casa de mi historia de amor alrededor de las diez de la mañana, sin
siquiera saber cómo se llamaba. No sé su nombre, pero siento que
inicia por R. Quizá se llame Rocío, porque ese nombre es precioso,
como cada parte de ella.
Ahora solo quiero algo de vuelta, no a mi teléfono, ni mis poemas; sino a ella, a la chica sin nombre de la que me enamoré porque sólo vi amor en ella durante toda la noche.
Ahora solo quiero algo de vuelta, no a mi teléfono, ni mis poemas; sino a ella, a la chica sin nombre de la que me enamoré porque sólo vi amor en ella durante toda la noche.
Yo solo quiero verte bailar
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