miércoles, 1 de julio de 2015

Soy un sátiro
20:55

Soy un sátiro

Éste es un breve acercamiento a la lujuria. 


Como seres humanos, nos aferramos continua y compulsivamente a discusiones internas, a la disección de los elementos que nos circundan y nos conforman. La mayor consecuencia del carácter humano es, entonces, la necesidad casi fisiológica de adentrarnos en nuestra propia naturaleza y sus constituyentes: nuestra espiritualidad, nuestra sexualidad, nuestro intelecto—o a las tres como un conjunto—; a la par que nos enfrentamos en dicho proceso reflexivo a la presión de otras necesidades, un tanto más sociales, que encarcelan y coartan su desarrollo, exhortándonos a tachar como transgresor a todo aquel que decida experimentar un poco más allá de los límite de la norma predominante. 

Es allí, justo en ese punto, donde el curioso se convierte en un infractor, en el que se encuentra Matheus, un joven de 20 años de edad cuya exploración personal de la naturaleza de su sexualidad, ha transgredido a lo largo de sus cortas dos décadas de vida los estándares sociales a los que, con mucha propiedad, el experimentado veinteañero alega rebelarse constantemente. Y ¿qué mayor acto de sublevación puede haber que el de adentrarse en el mundo de la prostitución, cuya entrada condicionada a la discriminación, está restringida a aquellos que viven al margen de la sociedad, con el único motivo de satisfacer su curiosidad?

Las aproximaciones primeras de Matheus, no se alejan a las del común denominador: un niño que se enfrenta a inquietudes acerca de su propia naturaleza, su cuerpo y el de los otros. Nada diferente a la realidad típica, esa que se sabe pero se omite, en pro de la adecuación a las reglas a los que no amarramos, a un pudor que vuelve punibles las costumbres más cotidianas. No obstante, es en la adolescencia dónde sucede el primer movimiento transgresor.

El sexo con familiares—consanguíneos o no—, desde la visión rigurosa de la corrección política es un acto aberrante, que, sin embargo, en la habitación figura como una alternativa exploratoria razonable para los individuos que se inician en el mundo de la sexualidad. Así, a los 14 años de edad, en medio de una vacación familiar, Matheus tuvo su primer acercamiento al sexo entre las piernas de un tío lejano.  Allí comenzó todo, fue en ese encuentro, acelerado e inconcluso, dónde el especialista inició el proceso de aprendizaje que lo llevaría a la experticia. Un par de efímeros tropiezos más con su tío instructor, uno de los cuales incluyó a otros participantes en el evento, fueron construyendo precozmente un camino hacia lo que Matheus defiende como hipersexualidad.

— ¿Qué opinas sobre la pederastia? ¿Serías capaz de incurrir en ella?

—No apoyo la pedofilia, pero… pienso que todos nosotros tenemos un maestro en nuestro interior, con ganas de enseñar lo que sabe. 

Amores adolescentes, encuentros sexuales esporádicos, experimentos con su orientación sexual. El sexo sufrió una metamorfosis, convirtiéndose en, más que un hábito, una necesidad que se extiende y trastoca las percepciones que Matheus tiene sobre el mundo que lo rodea. De esa extensión nace su particular conexión con la espiritualidad—con su propia espiritualidad—y la relación de la misma con su comportamiento sexual. El orgasmo es para el hipersexual, entonces, mucho más que una experiencia sensible y placentera, es una sensación que roza con lo divino y merece ser fuente de inspiración. De allí que el arte, otra de sus grandes pasiones, sea también un canal catártico de todos sus impulsos sexuales y de la fascinación que enfrenta respecto a la espiritualidad que circunda al sexo, tan cotidiano en su vida. 

— ¿Qué se siente ser hipersexual?

—Es siempre sentirse excitado, estimulado por las cosas más simples.

La facilidad con la que alguien tan conexo al sexo puede incurrir en la cosificación del ser es razonable, considerando la costumbre en torno a su explotación constante. Esto, por un lado, explica la capacidad del trabajador sexual para entregar su cuerpo al mercantilismo—aunque la razón principal suele estar referida a las insuficiencias económicas del practicante— y por otro, demuestra su priorización  de las sensaciones por sobre la materia que las condiciona. No obstante, Matheus, nos expone a un modelo diferente del asunto, uno un poco más interesante, en el que la aproximación a la prostitución se da no por una superposición del sexo a su carácter humano o una verdadera necesidad monetaria, sino por la curiosidad por adentrarse en nuevos terrenos explorables de sí mismo, de llegar a puntos de sí—y su cuerpo— que jamás habían sido tocados ¿Hay algo más humano que eso?

—¿No tienes miedo a los riesgos que conlleva la prostitución?

—Ya me arriesgo bastante fuera de ella. 

Es esa fuerza con la que la infracción es defendida la que cohesiona al rebelde. A un chico que se impone contra los prejuicios que rodean al sexo y se atreve a explorar con libertar y apertura la máxima expresión del elemento físico humano, un factor que, de igual modo, transgrede las barreras entre los otros elementos que constituyen al hombre y se conjuga con la psique, para construir el total de lo que somos como especie y como individuos. Es frecuente que aquellos que se acercan a nuevos rumbos, por caminos diferentes a los preestablecidos, confronten el juicio de opiniones paralizantes, pero ¿qué sería de nosotros, sin los transgresores, sin aquellos que se atreven a romper las reglas?


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